Perderse para encontrarse

Con el tiempo hemos aprendido que lo más valioso de un viaje no siempre está en los lugares más famosos de la guía, sino en esos instantes en los que decidimos desviarnos del camino marcado. Salirse de lo típico puede parecer arriesgado, pero es justamente ahí donde comienza la verdadera aventura.


En Marruecos lo sentimos con fuerza. Todos hablan de Marrakech, de la plaza Jemaa el-Fna o del bullicio del zoco, y aunque todo eso nos fascinó, fue en la Ruta de las Mil Kasbahs donde descubrimos un Marruecos más íntimo. La carretera nos llevó por valles rojizos y pueblos bereberes que parecen fundirse con la tierra. Entre curvas y montañas, aparecían fortalezas de adobe que cuentan historias de caravanas, comerciantes y viajeros de otros tiempos.


En una de las paradas, nos encontramos con una familia que nos invitó a probar pan recién hecho acompañado de miel casera. No estaba en ningún plan, ni en ningún mapa, pero fue uno de esos momentos que guardamos como un tesoro. Más adelante, mientras caía el sol sobre el Valle del Dadès, entendimos que el verdadero lujo del viaje era estar allí, en silencio, contemplando cómo la luz transformaba el paisaje en mil tonos de fuego.


Viajar fuera de lo típico no significa solo evitar multitudes, sino dejarnos sorprender por lo inesperado. Puede que los caminos no siempre sean fáciles, pero a cambio nos regalan la autenticidad de cada lugar. En Marruecos lo comprobamos: perderse en la Ruta de las Mil Kasbahs fue, sin duda, encontrarnos con la esencia del viaje.

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